Lo que sea, pero en la tremenda disputa por mantener el control de la Defensoría de los Derechos Humanos de Oaxaca y su presupuesto de 40 millones de pesos anuales, ganó el demonio de Tasmania Flavio Sosa. Dominó, aunque su socio Cesar Mateos haya perdido. Esto significa que, con los rescoldos de la APPO, seguirá controlando buena parte de la nómina de una institución que creíamos autónoma.
Significa también que puso en evidencia la sumisión de lo que antes llamaban “poder legislativo” del estado. Qué papel tan patético el de los diputados que votaron, según se dice, a cambio de medio millón de pesos para cada uno y el ofrecimiento de mantener 10 mdp para “gestiones” de cada “levantadedo”. A eso ha quedado reducido el congreso Morenista.
Ganó porque, a pesar de la oposición de los políticos con sotana, pudo imponer a Bernardo Alamilla. Perdieron Yessica Sánchez Amaya y Cesar Mateos a quienes Flavio usó como carnada para retener el control de la DDHO.
Gana también Arturo Peimbert con todo y que, desde hace tiempo dejó tirado el cargo que le regaló Gabino Cue. Me informan que desde principio de año no vive en Oaxaca. Algunos consejeros me dicen que emigró desde el pasado fin de año llevándose buena parte del presupuesto. Únicamente dejó dinero para la nómina con la seguridad de que su sustituto sería su fiel consejero Bernardo y que, por lo mismo, nadie le pediría cuentas. Para imponer a su sucesor, cabildeó intensamente con el demonio de Tasmania en las altas cúpulas de poder donde Flavio se mueve como lo que es: un diablo.
A los seis nuevos consejeros no los tomó en cuenta, ni siquiera para las sesiones de consejo que, por ley, debe realizar. El pasado 3 de marzo el consejo de la DDHO tenía que sesionar. Nadie se acordó. Me indican que con Peimbertse rompió toda formalidad y seriedad en la defensa de los derechos humanos. A tal grado llegó la frivolidad que Peimbert permitió que el consejero Felipe López Hernández participara en las sesiones a través de internet. Opinaba a través de una videollamada. De risa.
De esta manera deja una Defensoría anacrónica, sin un historial de acciones serias en la protección de los derechos humanos de los oaxaqueños.
Como firma de la futilidad del tal Arturo Peimbert está el uso del dinero público en sus bodas a conveniencia, para su propio beneficio político y económico. Para eso utilizaron la DDHO.
La convocatoria para el proceso de selección del nuevo ombudsman resultó una burla colosal y -oh paradoja- lesionó gravemente los derechos humanos de los participantes que estudiosos y expertos, confiaron en una elección imparcial.