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Miercoles, 10 de diciembre de 2014 07:55 hrs.
¿El maestro, luchando, también está enseñando?
Anayanci Urkidy | Cuarta Plana
Miercoles, 10 de diciembre de 2014 07:30 hrs.

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El reportaje

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La opinión

 

La fotografía

Oaxaca, Oax.- En esta primera entrega de Diálogo Abiertos, el sociólogo oaxaqueño, Samael Hernández Ruiz, nos habla sobre la histórica lucha del magisterio oaxaqueño.

De esos apóstoles de la educación que cada día, cada mes y cada año que pasa, se alejan de su compromiso con la educación de la niñas y los niños de Oaxaca.

De esos profesores afiliados a la Sección XXII del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) e integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que pareciera han perdido los objetivos primordiales de su lucha y llevan a Oaxaca al rezago educativo.

Un México con régimen autoritario


En este diálogo abierto, el sociológo Samael Hernández se pregunta:

-¿Por qué los trabajadores de la educación de Oaxaca prefieren la consigna: “¡El maestro, luchando, también está enseñando!”?, a esta otra más racional, más comprometida con la sociedad actual: “¡El maestro, enseñando, también está luchando!”.

Les expongo las razones de el porqué las cosas son como hasta ahora y qué pienso de todo ello, pero primero debo dar un pequeño rodeo, porque no quiero denostar, ni justificar; sino describir hechos.

Y a su muy particular manera de explicar los sucesos que han formado parte de la historia del maestro oaxaqueño, comenta:

-Hace años me inicié como soñador, mi meta, entonces, era transformar al mundo. La influencia venía de 1968, del movimiento estudiantil que cimbró al país y de algún modo provocó cambios profundos en la vida política y social de México.

En 1971 era un joven estudiante de preparatoria que ansiaba vivir y conocer.

Llegué a la ciudad de Oaxaca con la timidez provinciana de quien se enfrenta a la vida urbana, y sumergirse en una cultura diferente fue una verdadera aventura, a ratos interesante, a ratos dolorosa.

¿Por qué esta introducción personal? Porque quiero decirles que si en aquellos tiempos de estudiante preparatoriano, me hubieran preguntado cuál era la opción correcta: estudiar como forma de lucha o luchar estudiando; quizás les hubiera contestado que luchar estudiando era más necesario; desde luego eran otros tiempos.

En 1971 México era un país con un régimen muy autoritario. Dicen los expertos que el autoritarismo de un Estado se aprecia por los márgenes que da para la libre manifestación de las ideas, la existencia de una democracia representativa, el respeto a los derechos ciudadanos, la tolerancia hacia la disidencia y la protesta pública. En el México que viví por aquellos años, nada de eso existía o tenía una precaria existencia simulada.

A quienes se atrevían a disentir del régimen, se les condenaba al ostracismo, la marginación y finalmente a llevar una vida miserable. A quienes iban más allá y se atrevían a protestar públicamente contra el régimen, se les reprimía, perseguía, asesinaba o desaparecía; varios de mis compañeros murieron o fueron desaparecidos en aquellos aciagos años 70, los años de la llamada Guerra Sucia.

Ante esa situación se explica porqué surgieron movimientos armados como el de la Liga 23 de Septiembre, la Unión del Pueblo, el Movimiento de Liberación Nacional y muchos otros.

Entre 1971 y 1974 en el país y particularmente en Oaxaca, junto con otros movimientos sociales, surgió una ola de rebeldía en los sindicatos. Entonces los trabajadores sindicalizados tenían que pagar su derecho al empleo con la obediencia servil a sus dirigentes sindicales, mientras estos últimos se enriquecían y ocupaban puestos en la política postulados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), del cual formaban parte.

Era la época del llamado charrismo sindical, cuando los trabajadores sindicalizados eran materia de comercio y su vida y condiciones de trabajo, no importaban nada, aunque se disimulaba en los discursos del 1° de mayo.

Los trabajadores de la educación, que incluye a docentes, trabajadores administrativos y directivos agrupados todos en el SNTE, vivían una situación similar a la que ya he descrito brevemente.

Por otra parte, en Oaxaca, a la incontenible ola de protesta que se hacía sentir como en todo el país, hay que agregar, de manera especial, la emergencia de la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil de Oaxaca (COCEO), que fue el eje que articuló la rebelión campesina, sindical y principalmente la de los estudiantes de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca (UABJ0), quienes no sólo se habían movilizado en 1968, sino también en 1970 en un movimiento estudiantil-popular que sufrió la represión del Estado como era costumbre entonces.

Presos, muertos y desaparecidos fue el saldo del movimiento universitario de ese año. Sólo un sector de trabajadores se mantenía en silencio, sufriente e inmóvil: los maestros.

¡EL MAESTRO, LUCHANDO, TAMBIÉN ESTÁ ENSEÑANDO!


Cuando en 1980 inició el movimiento de los maestros de Oaxaca, la población se sorprendió de la rebelión de sus mentores.

Estaban acostumbrados a verlos despreciados, entregados a la vida gris de la docencia, muchos vimos como justas sus demandas y es que no pedían otra cosa que no fuera el pago de sus quincenas atrasadas, un incremento sustancial a sus salarios de hambre, la democratización de su sindicato que impidiera que sus dirigentes actuaran como señores feudales (quienes por cierto tenían derecho de pernada con las maestras jóvenes), los mismos que manejaban a muchas autoridades municipales, el dinero de las cuotas sindicales y que tenían la oportunidad de convertirse en diputados, senadores o hasta en gobernadores de algunos estados.

Aquel año, la gente vio por primera vez a sus maestros desfilar por las calles cabizbajos y en silencio, vestidos formalmente, aunque con modestia, protestando porque su dirigencia nacional no les hacía caso.

El pueblo les aplaudía con espontaneidad ese gesto, algunos lloraban al ver a sus viejos maestros protestar en las calles de Oaxaca: eran un verdadero ejemplo de civismo en el México de ese entonces, el México de un régimen político autoritario y vertical que sometía a una población que ansiaba rebelarse y no tenía el coraje para hacerlo. Ahora esos humildes y marginados mentores les ponían el ejemplo y se avergonzaban de su cobardía.

Recuerdo el día en que los maestros marcharon a la ciudad de México para exigir la realización de su congreso democrático, el cielo despejado era de un azul tenue, fuertemente iluminado por el sol del que emanaba un calor que conforme avanzaba el día se hacía más y más intenso.

La gente se aglutinaba en las aceras de las calles por las que pasaría la caravana; querían ver y despedir a sus maestros. Las mujeres llevaban flores, agua o fruta que ofrecían a los viandantes, los padres cargaban a sus hijos pequeños para que pudieran observar lo que pasaba (¿cuántos niños de ese entonces se habrán convertido en maestros?), había en el ambiente algo de fiesta y de combate.

En el edificio de la Sección XXII del SNTE cientos de maestros se preparaban para la partida, algunos con gorras, otros con sombreros; algunas mujeres con sombrillas trataban de protegerse del sol que ardía sobre sus cabezas.

En una de las aceras, la que está en el acceso al edificio del sindicato, sobre la calle 5 de Mayo en la ciudad de Oaxaca, unas mesas con jóvenes médicos de la universidad auscultaban a los futuros manifestantes, observaban sus signos vitales y su presión arterial, muchos recibían su aprobación, a otros, por su edad avanzada, su salud precaria, o ambas cosas, les era negada la autorización para participar en la caravana.

Los rechazados sabían que los médicos del Movimiento Democrático del Magisterio lo hacían por su bien; pero no resistían el dolor que les causaba no poder participar en el viaje a pie rumbo a la capital del país, se sentían excluidos de la historia, impotentes al no poder contribuir a la gloria de un movimiento surgido del pueblo, en el que, el mismo pueblo, fincaba muchas de sus esperanzas.

Los maestros lloraban, se resistían a abandonar el puesto que se habían ganado a pulso en la lucha por su sindicato. Después de varias horas de preparativos, finalmente la marcha comenzó su lento avance. La vanguardia pasaba frente al Monumento a la Madre que está en la salida norte de la ciudad de Oaxaca, cuando todavía miles de maestros esperaban su turno para avanzar, en las calles aledañas al edificio sindical en el centro de la ciudad.

Eran diez kilómetros de calles atestadas de silenciosos manifestantes que marchaban cubriéndose del sol como podían, mientras cientos, quizás miles de oaxaqueños hacían valla a sus maestros, aplaudiendo su coraje y animándolos a continuar su viaje al Valle de Anáhuac: “Algo tienen los maestros cuando dicen, cuando cantan, cuando salen a luchar”, escribí en un poema de ese año.

No, no fueron los maestros los que acuñaron la consigna: ¡El maestro, luchando, también está enseñando! Fue el pueblo que los animaba, fueron sus alumnos, fuimos todos los que nos avergonzamos de no enfrentar el autoritarismo del Estado mexicano con la valentía con la que lo hacían los trabajadores de la educación, quienes sabiendo que serían perseguidos, asesinados o desparecidos sin que nadie dijera nada, se manifestaban con soberbia humildad; claro, eran otros tiempos.

¿Se entiende por qué decíamos que luchando también estaban enseñando?

Termina aquí la explicación que el sociólogo oaxaqueña nos da del origen y sentido de la primera consigna, en la próxima entrega, valorará la segunda: ¡El maestro, enseñando, también está luchando!.

Samael Hernández nos dice: Espero no dejarlos en suspenso, pero no quiero agotar su paciencia; además así tendrán tiempo para meditar sobre lo que he plasmado en esta vivencia.

  
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