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Domingo, 21 de diciembre de 2014 10:52 hrs.
Petra, una anarquista mexicana en Holanda
Este movimiento conjunta globalifóbicos, antisistema y antineoliberales
Tomada de Milenio Digital | Cuarta Plana
Domingo, 21 de diciembre de 2014 10:27 hrs.

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10:27 Petra, una anarquista mexicana en Holanda
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El reportaje

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La opinión

Tenía que estar listo y dispuesto a todo de ser necesario. A golpear, a romper, a correr, a llevar a cabo una guerra social. Eran las 10 de la noche y me encontraba rodeado de hombres y mujeres vestidos de negro, enfundados en botas industriales y encapuchados; yo mismo llevaba cubierto el rostro con una playera como me lo habían pedido, por fin me había convertido en un miembro del black bloc, del movimiento anarquista. Curiosamente, lo había logrado gracias a la ayuda de una mexicana.

—¿Estás legal aquí? —me preguntó Petra segundos antes de ver los primeros toletes alzarse por los aires y asestar severos golpes una y otra vez —. Digo, por si te detienen.

—Sí, pero mi pasaporte lo dejé en el coche —le respondí sin saber si había hecho bien.

Cuando nos conocimos, esta chica que también cubría su rostro con un pasamontañas llevaba radicando en Ámsterdam dos años y medio. Sin embargo, tenía 16 años viviendo fuera de México, su país de origen, sin pagar renta como craker, squatt, okupa y paracaidista.

Un día antes de aquella violenta manifestación en contra de la nueva legislación holandesa que prohibía habitar edificios abandonados en ese país, apenas conocía al movimiento anarquista por sus esporádicas apariciones en las páginas de los periódicos. Imágenes donde se les veía causando destrozos y vandalizando en calles de diferentes ciudades. Sin embargo, había desarrollado un especial interés hacia este grupo; quería saber sus orígenes, su ideología, sus métodos de operación, sus fines y todo sobre su forma de vida.

Un primer grupo de policías avanzó aplicando una dosis de bastonazos al grupo. Los encapuchados del frente se apretaron al tiempo que gritaban en holandés: “¡Weerstand!” (¡Resistencia!). De nuevo los policías trataron de “aflojar” al grupo sin éxito. Las telas con los logotipos de anarquía y ocupación se levantaban y servían como barrera para que los uniformados no vieran donde golpeaban. Unos policías más eran derribados y succionados al interior del grupo de manifestantes donde eran retenidos y golpeados sin piedad.

Desde mi posición al centro del grupo podía escucharlo todo: la furia con la que los robustos agentes castigaban a los manifestantes, cómo llevaban perros entrenados para detener a los rijosos; pero también cómo los anónimos participantes de la manifestación prendían cohetones y cómo, armados con palos y cadenas, se enfrascaban en una verdadera guerra que duró una hora.

***

Llegué a Ámsterdam motivado por una entrevista que el servicio en español de la radio pública holandesa (RNW, por sus siglas en holandés) había realizado a una chica —identificada como paracaidista y con el nombre de Petra, en razón de la entrada en vigor de la nueva legislación.
En un español perfectamente familiar para mí, había explicado las acciones de resistencia que llevaría a cabo el movimiento Okupa, creado entre la década de los setenta y ochenta en Europa para defender el derecho a una vivienda digna. Sin entrar en detalles, Petra únicamente dijo que ella y el resto de su grupo habitaban en la calle de Vrolikstraat.

Así, a la mañana siguiente, con la ayuda del mapa satelital del GPS, barrí el Este de la capital holandesa hasta encontrar aquella calle. Una vez ahí, traté de buscar los cuatro edificios que la chica había señalado. Para mi sorpresa, lo que llamó mi atención fue el aspecto de un par de jóvenes que charlaban frente a uno de los edificios, en el cual reparé en que sus ventanas no tenía vidrios, estaban tapiadas por plásticos de diferentes colores y tenían un cartel que había visto en un sitio web de apoyo al movimiento. Pensé que tenía que estar en el lugar indicado.

Me acerqué a ellos para preguntarles si conocían a una chica que hablaba español y que vivía ahí. Brevemente les expliqué que había escuchado la entrevista que le había hecho la radio un día antes y mentí diciendo que estaba ahí para mostrar apoyo al movimiento.

Los dos lanzaron miradas de extrañeza por un segundo. Luego me aseguraron que efectivamente aquella chica vivía ahí, pero que no estaba en ese momento. Justo cuando me resignaba a dejar un mensaje, un tercer hombre rubio y alto llegó a donde nos encontrábamos. Era más alto que los otros dos, pasaba el metro 90.

—Hey, buscan a tu chica —dijo uno de ellos y volví a mentir sobre los motivos de mi paso por la ciudad.

A pesar de mostrarse desconfiado, el joven rubio accedió a ayudarme.

—Espera, deja le llamo —aseguró serio pero amable—. Viene en cinco minutos —dijo, y me quedé esperando en la banqueta.

***

Petra llegó exactamente a los cinco minutos montada en una bicicleta.

Cabello castaño a medio atar, ojos color miel, piel blanca, alta para ser mexicana, aunque eso todavía no lo sabía. La chica no había revelado detalles de su identidad en la radio holandesa, el locutor simplemente resaltaba el hecho de ser una hispanohablante e inmigrante que habitaba uno de los edificios ocupados, como muchos en Europa, pero no dijo nada acerca de sus casi dos décadas como squatt ni como anarquista.

Amable pero reservada, como normalmente se presentan quienes forman parte del bloque, Petra me saludó. Tras contarle cómo había dado con ella, brevemente intenté explicarle el contexto político y las condiciones sociales en las que se encontraba México. Una sonrisa irónica se le escapó y me dijo: “¡¿No, en serio?! Soy mexicana, no me tienes que explicar. Vente vamos por algo de comer”.

Miguel Ángel Martínez López, profesor de sociología de la Universidad Complutense de Madrid y que ha estudiado el movimiento de Okupación en los últimos años en el viejo continente, explica que entre los crackers lo que se observa es “una resistencia de un grupo social hacia condiciones de vida opresivas que ha generado una cultura particular con formas concretas de expresarse, vestirse, reglas sobre valor y lealtad al grupo, identidades y valores comunes, así como amigos y compañeros sentimentales”.

Según éste experto, el fenómeno social tiene sus propios rasgos de identidad, “inspirados en los eslóganes de los nuevos movimientos sociales posteriores a 1968. La politización de los espacios sociales y la experiencia en el conocimiento de los asuntos públicos adquirida a lo largo de los años por este movimiento, ha inspirado en gran medida a los movimientos antiglobalización”, me dijo durante una conversación telefónica.

Petra, por su parte, me aseguró que el movimiento black bloc se formó en Alemania con movimientos antinucleares y, más adelante, antisistema. Los métodos de protesta que justifican son las acciones reaccionarias que incluyen peleas callejeras, vandalismo y daño a las propiedades de los grandes capitales.

Rápidamente me di cuenta que esta chica nacida en Monterrey sabía de lo que hablaba, había dejado México justo después del levantamiento del EZLN en 1994. Había estado en San Francisco (Estados Unidos) en tiempos de la famosa Batalla de Seattle en 1999, justo en el momento que marcaría el nacimiento del movimiento antiglobalización y donde más de 40 mil personas conocidas también como globalifóbicos se manifestaron contra la Organización Mundial de Comercio.

Durante dos décadas Petra pasó también por otras ciudades como Londres, donde igual realizó okupaciones, hasta finalmente llegar a Ámsterdam. Todas, dijo, “acciones de manera pacífica”.

Al salir del local, Petra me confirmó que esa tarde podía acompañarla a ella y a su grupo a la manifestación. No obstante, tendría que llevar algunas medidas de seguridad que ellos mismos adoptan en las movilizaciones. Luego de ponerme al tanto, se disculpó, tenía una reunión con sus compañeros para afinar detalles de la marcha de esta tarde.
—Te mando un mensaje cuando estemos listos —me dijo al irse.

***

A las 16:30 horas, el mensaje de Petra llegó. Ella y el resto del grupo me esperaban justo frente a la casa donde aquella mañana había hablado con los tres rubios.

Al llegar, la chica abrió la puerta del edificio y me invitó a pasar un momento. Accedí a entrar con un poco de reserva. Adentro noté que la puerta roja del acceso principal estaba reforzada con varios maderos y que, justo detrás de ella, descansaba un mazo. A través del hueco de las escaleras que conducen al primer piso escuché a varias personas que charlaban arriba. Petra me pidió que aguardara en el recibidor.

—¿Esperaban a la policía esta noche? —le pregunté tras mirar de nuevo el mazo que descansaba tras la puerta.

—Pensamos que vendrían en la mañana a desalojarnos. Estábamos listos.

En ese momento, descendieron cuatro personas por la escalera. Todos vestidos de negro.

Reconocí a dos de ellos, los mismos con los que había charlado esa mañana, y al novio de Petra, que llevan otra ropa:botas, pantalón vaquero y chamarra negra. Todos portan, además, una mochila en la espalda, guantes y cargan una manta enrollada en dos palos.

—Tú te vas con Paulina en el tranvía —dijo el alemán revelándome el verdadero nombre de la mexicana.

Sin informarme mucho más, en grupos tomamos diferentes líneas del tranvía para encontrarnos todos en la estación de Spui, localizada en el centro de la ciudad, a unos 20 minutos de donde el colectivo vivía irregularmente. Al llegar, Paulina me pidió que me cubriera el rostro con la playera extra que llevaba para mí. El resto sacó de sus mochilas sus pasamontañas, se los colocaron y de inmediato nos convertimos en el centro de atención de los paseantes.

Al llegar a la plaza de Spui, donde un buen número de encapuchados y policía ya esperaban, escuché las notas de “Anarchy in the UK”, de los Sex Pistols, que se escapaba de las bocinas colocadas en un camión. Era la ambientación perfecta para una concentración de ese tipo, pensé.

El novio de Paulina, el encapuchado de metro 90, era quien llamaba más la atención de los fotorreporteros. En ese momento me di cuenta de que Paulina y los “vecinos” de Vrolikstraat eran los anfitriones de aquella acción, quienes de alguna forma retomaban el pensamiento anarquista post Guerra Fría para traerlo a las manifestaciones que se han extendido en los últimos años en contra de la consolidación del modelo económico neoliberal en todo el mundo.

Finalmente, y bajo la mirada de la policía, comenzamos a movilizarnos. En ese momento, Paulina y el resto del grupo no tenían idea de los golpes y las detenciones que estaban por venir; sin embargo, aquello parecía no importarles. Como yo, estaban ahí dispuestos a todo: a golpear, a romper, a correr o, incluso, a llevar a cabo una guerra social, de ser necesario.

  
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